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Papa Francisco - Img. Vaticano

“En el nombre de san Francisco, os digo: no tengo oro, ni plata que daros, sino algo mucho más precioso, el Evangelio de Jesús. ¡Id con valentía! Sed  testigos de la fe con vuestra vida: llevad a Cristo a vuestras casas, anunciadlo entre vuestros amigos, acogedlo y servidlo en los pobres”.  Aunque estas palabras del Papa Francisco están dirigidas a los jóvenes reunidos en Umbría, tienen validez y resonancia para todas y todos los cristianos del mundo. La espiritualidad de San Francisco hace parte sustancial de los orígenes de la Iglesia, y Francisco vuelve a estos orígenes con entusiasmo: no en vano nuestro Papa tomó el nombre del santo de Asís.

El Papa pide a la juventud que trabaje por una iglesia que dé testimonio de Dios, sin hacer proselitismo; para alcanzar esto, es primordial salir de uno mismo y dirigirse hacia “las verdaderas periferias existenciales”.

El Santo Padre también hace un llamado a las monjas contemplativas: no dedicarse solo a “… una vida ascética, penitente, porque éste no es el camino de una religiosa de clausura católica, ni siquiera cristiana. “Jesús debe estar en el centro de vuestra vida -añadió-, de vuestra penitencia, de vuestra vida comunitaria, de vuestra oración y también de la universalidad de la oración”. Las religiosas de clausura “… están llamadas –concluyó el Sumo Pontífice– a tener gran humanidad, una humanidad como la de la Madre Iglesia; ser humanas, entender todas las cosas de la vida, ser personas que saben comprender los problemas humanos, que saben perdonar, que saben pedir al Señor por las personas”.

Francisco está renovando la vida de la Iglesia, pidiendo un protagonismo que brilla por su compromiso hacia los más pobres de la Tierra. Él quiere una Iglesia insertada en la realidad de hoy, metida en el mundo pero no mundana. Sus mensajes nos llegan cada vez más y nos alientan a pertenecer a una comunidad, la Iglesia Católica, que está enfrentando con luz y valor los avatares de  un mundo velozmente cambiante. Que impere la fuerza del espíritu, que reine entre nosotras y nosotros el ejemplo de San Francisco de Asís. Así, nuestros testimonio será más válido y ejemplar.

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