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Cáritas impulsa en ocho comunidades de la provincia de Chimborazo un programa que, construyendo comunidad desde la espiritualidad cristiana, mejore prácticas alimenticias en la familia. Los huertos orgánicos familiares son abonados y se controlan las plagas con productor naturales, elaborados por campesinas y campesinos que encuentran alternativas saludables para mejorar su alimentación.

Gabriel Lozano, responsable del proyecto, cuenta su experiencia en La Casa Grande. Fortaleciendo las capacidades locales, la economía social y solidaria se hace realidad. “Son cuatro cantones en donde estamos llevando a cabo el proyecto: Guano, Guamote, Riobamba y Chambo. Heredamos la labor iniciada por Mons. Leonidas Proaño, un referente para mucha gente. Primero conocimos su realidad y necesidades, a la luz de lo que nos enseñó Jesús. Con la Pastoral de la Mujer, ese acercamiento a las comunidades se enriqueció notablemente. Y comenzamos a construir comunidad, como lo hizo Jesús en su tiempo. Si emprendes algo, tienes que fortalecerlo con el trabajo humano, en el que hemos ahondado con fuerza. Luego, iniciamos los talleres de capacitación, bajo el enfoque de una economía social y solidaria”, nos comparte Gabriel.

“Queremos que la agricultura de bajo perfil adquiera mayor importancia, primero para suplir necesidades familiares y comunitarias, para luego generar excedentes que beneficien a quienes siembran y no a los intermediarios; una de nuestras metas es que lo producido por los productores llegue directamente a los consumidores, sin intermediarios, que son quienes encarecen los productos”, continúa Gabriel.

Guido Ortiz es el ingeniero agrónomo que dirige el componente técnico del proyecto. “La capacitación agroecológica está siendo muy bien aceptada. La formación espiritual es clave, para evitar conflictos en las comunidades y que trabaje unida. En lo técnico, comenzamos bien, concientizando a la gente, para que evite los fungicidas y coseche productos netamente orgánicos, que mejorarán sus hábitos alimentarios y la salud de las familias que están en nuestro proyecto. Los beneficiarios casi siempre son marido y mujer, y se motivan con las capacitaciones que les estamos dando”.

“Este es un primer paso, una especie de pilotaje para implementar la agricultura orgánica en todo el país. Esperamos llegar a construir una red de capacitación, sobre todo ferias, para que lo producido por las comunidades llegue directamente a las y los consumidores. Hay que confiar en que el trabajo que hace Cáritas es bueno, genera productos sanos y beneficia a las comunidades”, concluye Guido.

Este es el caminar de Cáritas, construyendo comunidad y dando herramientas a quienes necesitan mejorar sus condiciones de vida. Estas 180 familias beneficiadas constituyen el comienzo de un sueño más amplio, teniendo a las mujeres como pilar sustancial para hacerlo real.

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