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“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Así reza el Artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobados por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948. Es irónico pensar que tuvimos que vivir la barbarie de las dos Guerras Mundiales para proclamar que los seres humanos tenemos, sobre todo, derecho a la vida.

Y el derecho a la vida también la tiene el medio ambiente, aunque este enfoque sea, políticamente hablando, relativamente nuevo. Apenas ahora parece que entendemos que vivimos de la naturaleza, y que el medio ambiente tiene que ser cuidado para que la especie humana –y otras muchas especies vegetales y animales– puedan continuar existiendo en este planeta.

Cuando se emitió esta Declaración, la ONU sugirió a todos los gobiernos afiliados que el documento fuera «distribuido, expuesto, leído y comentado en las escuelas y otros establecimientos de enseñanza, sin distinción fundada en la condición política de los países o de los territorios». La pregunta de rigor es simple: ¿Cuántas ecuatorianas y ecuatorianos conocen esta Declaración y tienen, aunque sea en forma mínima, un concepto claro sobre qué derechos tiene y puede exigir?

La historia real de los Derechos Humanos en América Latina es triste. Las dictaduras militares que desde los años 70 asolaron el sur del continente violaron sistemáticamente cualquier tipo de derecho humano y violentaron la dignidad de millones de personas, para no hablar de las y los muertos y desaparecidos.

Colombia es uno de los países con mayor número de violaciones a estos derechos, y esa realidad se refleja en Ecuador, pues la violencia ha impulsado a miles de hermanas y hermanos del Norte a refugiarse en nuestro territorio. Los “falsos positivos” registrados en Colombia demuestran que el Ejército colombiano nunca ha respetado los derechos de humildes campesinos que fueron asesinados por las Fuerzas Armadas y presentados como guerrilleros. Para muchos analistas políticos y sociales, la violencia en Colombia tiene carácter institucional, y esta característica complica más las cosas. Abrigamos esperanzas en el proceso de paz que se negocia con las FARC en Cuba, pues repetimos, incide directamente en la paz social ecuatoriana.

La pobreza, el hambre, la desnutrición, la violencia de género, la falta de empleo, la destrucción de la naturaleza, la contaminación ambiental, la discriminación de cualquier tipo, la prostitución, la trata y el tráfico de personas y la indiferencia son violaciones flagrantes a los Derechos Humanos. Muchas de estas violaciones se presentan porque no nos “comportamos fraternalmente los unos con los otros”.

Jesús de Nazaret dijo lo mismo pero mucho más sencillo y claro: “Amados los unos a los otros”. Si el pedido de Jesús hubiese sido asumido hace 2000 años, demos por seguro que tendríamos un mundo mejor. El cristianismo es, en esencia, solidario, fraternal; somos hermanas y hermanos en nuestra comunidad cristiana, y la solidaridad es nuestro deber sagrado. Cristo pidió amor y justicia. Ser justos es respetar todos y cada uno de los derechos humanos. El amor va más allá de la justicia. Nosotras y nosotros tenemos en los Evangelios nuestra propia declaración de amor y justicia.

Que el día de hoy sea una razón para reflexionar sobre los miles de millones de seres humanos a los que no se les respetan sus derechos. Que la Palabra de Jesús reine en la Tierra y haya amor, paz y justicia para todos los seres humanos. También pedimos que nuestra Casa Común sea custodiada con amor y reciprocidad.

Que así sea.

Imagen: www.vodafonesostenible.es

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