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En la Encíclica Laudato Si’ dirigida, no sólo a los creyentes católicos, sino a todas las personas de buena voluntad, el Papa se lanza como un joven de 78 años a cumplir lo que el mismo propuso: “quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos, las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir…”

El sentido del mensaje va orientado a promover que la Iglesia salga de su “zona de confort” y se ponga al servicio de la humanidad. En este contexto, la crisis ambiental se convierte en un pretexto suficientemente universal para convocar a cambios de fondo en la manera como el cristianismo se vive en los tiempos actuales. La cuestión ecológica es un asunto universal. No hay persona, institución, estado, ONG u organización religiosa que pueda ser ajena al deterioro de las condiciones de vida en el Planeta.

Hoy #LaudatoSi es tendencia mundial y lo será en los foros eclesiales, ecuménicos, económicos, políticos. En especial, en los “aerópagos” en los que se debatirán las medidas para mitigar el cambio climático. Allí, con certeza, habrá lío porque entran en juego consideraciones éticas inspiradas en una concepción sagrada de la vida.

Tal vez este punto sea el que más ocupe las páginas de la prensa pero no podemos olvidar que el Papa invita a una “conversión ecológica” que se evidencie en una “ecología cotidiana” capaz de leer el “Evangelio de la Creación.” En ese escenario la tarea de la Iglesia como “casa y escuela de comunión” adquiere unas enormes proporciones. Hay un reto inmenso en generar procesos de educación ecológica que conduzcan a una revolución cultural, a la par que se implementa una reconversión tecnológica y se recupera el sentido humanista de la economía.

La Encíclica no tiene un sabor desconocido para las comunidad eclesiales en América Latina, pues pese a que recoge el Magisterio desde el Concilio Vaticano II y destaca aportes de Juan XIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, tiene una gran referencia al Documento de Aparecida en cuanto al abordaje de la cuestión ecológica y el método teológico implícito: ver la realidad desde la identidad cristiana, juzgarla y discernirla desde la sapiencia bíblica y el quehacer teológico, actuar para transformar sin perder el sentido celebrativo.

Además, la mención a comunicados de las Conferencias Episcopales en Bolivia, Paraguay, Brasil, República Dominicana, México, Argentina le dan un matiz contextualizado que se correlaciona con situaciones de Nueva Zelanda, Sur de África, Filipinas y Asia en general, Canadá, Estados Unidos, Alemania, Portugal. Una mirada de conjunto a nuestra casa común que se está convirtiendo en un basurero por causa de la cultura del descarte.

Es claro que la matriz epistemológica para llegar a estas afirmaciones es un paradigma relacional complejo y esto tiene profundas implicaciones en los significados de la Divinidad. Ya no es un Dios solitario sino solidario. Un Dios que es relación. Una relación de amor desbordante. Un Dios que se comunica e interrelaciona en su Creación.

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