fbpx

Acaba de morir Humberto Eco (Piamonte, Italia, 1932-Milán, Italia, 2016). Educado en su infancia y juventud en un colegio salesiano, Eco se doctoró en Filosofía y Letras en 1954, presentando como tesis de grado un trabajo titulado El problema estético en Santo Tomás de Aquino. En poco tiempo, Humberto se convirtió en uno de los semiólogos más importantes del mundo, fundando en Italia y Europa varias organizaciones y colectivos dedicados a la semiótica. Pero su fama se debe principalmente a su gran novela, El nombre de la rosa, historia en cuya trama la sonrisa de Jesús se convierte en una pieza importante del rompecabezas de este genial relato.  

¿Por qué gusta tanto esta novela, mezcla de historia y vida religiosa, en medio de una narración de evidente carácter policial? ¿Por qué suscitó tanto entusiasmo este relato enmarcado en plena Edad Media y en medio de una Abadía en donde se suceden crímenes inexplicables entre los mismos monjes de esta casa religiosa? En primer lugar, es una novela que capta el interés lector desde que comienza hasta que termina. La trama y, sobre todo, la génesis de los asesinatos, mantienen atenta/o a quien la lee, metiéndonos en un mundo que no conocíamos y que se va revelando de a poco, a medida que se van sucediendo las muertes en pleno monasterio, y la razón de ser de ellas no aparece por ningún lado.

En segundo lugar, pocas veces un libro fue tan bien llevado al cine. La película (1986), con el mismo nombre de la novela de Eco, fue protagonizada por el gran Sean Connery (el famoso Agente 007, ) en el papel principal de Guillermo de Baskerville, un “investigador” que, mal recibido desde un principio en la casa religiosa, se dedicará a descubrir el por qué de los asesinatos y quién o quiénes son los autores. La película llevó al mundo entero una parte de la historia de la Iglesia que poco conocíamos.

Y, por último, la alegría, o mejor, la sonrisa de Jesús, se convierten en un tema clave del argumento de la novela. Y es tal vez este componente el que más gustó a quienes leímos el libro o vimos la película: había que desaparecer todo vestigio de alegría, de sonrisa en la vida de Jesucristo. La Iglesia medieval  consideraba que un Jesús sonriente no se compadecía con la doctrina cristiana del momento, y ese Jesucristo sonriente había que desaparecerlo de esa biblioteca secular en que se guardaban textos que se atrevían a considerar que Jesús sonrió en esta tierra.

Este es el punto que nos interesa resaltar aquí: ¿podemos creer que Jesús sonrió alguna vez en su vida? Dicen que el ser humano es el único animal que sonríe conscientemente. Jesús se encarnó para redimirnos. Vino al mundo y vivió como una o uno cualquiera de nosotras/os. Si Cristo vino al mundo y habitó entre nosotros, siendo como tú o yo, ¿por qué no pudo haber reído? Si era tan humano como nosotras y nosotros, ¿por qué no sonrió nunca, o nunca nos mostró el Evangelio esa alegría de Jesús? ¿Cuál fue la razón para ocultar esa sonrisa humana y también divida?

En noviembre de 2013, el papa Francisco nos entregó la exhortación La alegría del Evangelio. Con ella se consagra, desde la perspectiva de Francisco, a la alegría como nuestro elemento común como cristianas y cristianos. El Evangelio es alegre porque redime al ser humano, lo invita a una vida dedicada a la construcción del Reino y nos  abre un campo inmenso para asumir la misericordia y el amor al prójimo como el camino para que la humanidad entera viva en un mundo mejor.

Nuestra Iglesia, a lo largo de los siglos que siguieron al sacrificio de Jesús, vive en constante alegría porque nos acompaña la fe, nos impulsa a trascender, a superar lo meramente material, nos invita a amar y ser amados y nos pide, sobre todo en este año, hacer de la misericordia la norma primer de la conducta cristiana para con el prójimo que sufre. Este panorama tiene que generar alegría, tiene que producir una sonrisa limpia, transparente y valiente en quienes creemos en Jesucristo.

Y por eso rescatamos, con Humberto Eco, esa sonrisa de un Jesús que supo encontrar en la alegría la fuerza para que su Palabra llegara, entrara en el corazón humano y lo transformara. ¿Qué sentido puede tener el vivir sin alegría? ¿Qué tiene la alegría en contra de lo trascendente y profundo? ¡Nada¡ Al contrario, la alegría es esa actitud del alma que nos abre la esperanza y la renueva a diario. La alegría genera fuerza en nuestro ánimo. La sonrisa es el gesto más amistoso que pueda generar un ser humano. La sonrisa, resultado inmediato de la alegría, es la llave maestra para abrir las puertas cerradas del pesimismo, del egoísmo, del ateísmo y la desesperanza.

Alegrémonos, llenemos muestro rostro con el generoso y amistoso gesto de la sonrisa. Que nuestras almas sonrían como sonrió Jesús cuando nos amó en la Tierra, como sonríe Jesús, que continúa derramando su amor a nosotras y nosotros desde el Cielo.

Humberto, gracias por tu falta de seriedad, por devolvernos la sonrisa de Jesús, por recordarnos que no hay nada más humano y divino que la alegría y su más preciado fruto: la sonrisa.

Humberto, paz en tu tumba. Y que mañana podamos seguir riendo contigo. Si los ladrillos que construyen el Reino son nuestras misericordiosas acciones, que el cemento o argamasa que unan estas piedras sea siempre nuestra cristiana ALEGRÍA, nuestra sabia y franca SONRISA.

¡Por un cristianismo lleno de ALEGRÍA¡

(Imagen: www.fiuxy.net)

Write a comment:

*

Your email address will not be published.

Síguenos en: