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Mensaje pascual del Cardenal Luis Antonio Tagle, Presidente de Caritas Internationalis

Mi familia comenzó con la emigración de un niño. Mi abuelo paterno nació en China. Su madre era muy pobre, por lo que envió a su hijo con un pariente que viajó a las Filipinas – y ahí fue donde yo nací y crecí.

La emigración es una oportunidad para que las personas prosperen como seres humanos. Es una oportunidad para crear una vida mejor para ellas mismas y generaciones futuras. Aunque fuerzas destructoras, como la guerra y la pobreza, trastornan la vida humana y la vida familiar, la emigración nos muestra la nobleza del espíritu humano. Al igual que Jesús, en su calvario hasta la cruz, la emigración obliga a las personas a ir más allá de sus fronteras físicas y mentales, con sus capacidades al límite y las conduce por desiertos de soledad y rechazo. No obstante, la gente soporta este viaje de sacrificio por una causa noble.

No debemos olvidar que la gente tiene el derecho a emigrar y a decidir el lugar en donde cree que puede prosperar. Sin embargo, también tiene derecho a no emigrar y a vivir una vida digna en su tierra. Muchos quisieran quedarse en los países y aldeas donde nacieron, como estoy seguro le hubiera gustado a mi abuelo, pero cuando su país es desgarrado por la guerra o simplemente no te puede ofrecer un empleo y una vida estable, hay que tomar decisiones difíciles.

Es una bendición ser llamado a la presidencia de Caritas Internationalis también por la posibilidad de conocer a refugiados y migrantes, especialmente a aquellos en detención. Esto ha hecho salir a la luz claramente el sufrimiento que los seres humanos se pueden infligir unos a otros. Las guerras y el odio se han vuelto sistémicos, en algunas partes del mundo, destruyendo vidas humanas y comunidades.

Aquellos que emigran nos muestran “a todo color” las consecuencias del odio y la división, la injusticia y el prejuicio. No debemos olvidar nunca la dignidad inalienable y el valor de cada una de estas personas. Estamos llamados a fomentar el bien común de nuestra familia humana mundial, no sólo el bien de nuestras propias familias y países. Los emigrantes son un recordatorio viviente de que tenemos que ser custodios de la creación y cambiar sistemas injustos, porque muchos de ellos son víctimas del cambio climático o la pobreza, provocados porque los recursos de la Tierra no se comparten equitativamente.

En los emigrantes también tenemos la oportunidad de maravillarnos ante la belleza de la persona y explorar la profundidad del amor y la atención de que son capaces personas como los voluntarios de Caritas y las comunidades. Ninguna pena, dolor, cansancio, ni fatiga puede eliminar por completo la generosidad, la compasión y la nobleza del corazón humano.

Conocer a los emigrantes en medio de todas sus dificultades y escuchar sus anhelos y sueños me ha hecho preguntarme: ¿Qué es verdaderamente importante para mí? Las cosas que antes consideraba esenciales ahora no son nada, comparadas con los valores de la dignidad humana, la vida, la familia, el futuro y las generaciones venideras. Yo espero que la emigración mundial y la situación de los refugiados provoque que todo el mundo haga un examen colectivo de conciencia y de nuestros sistemas de valores.

Fuente:

Imagen: Infovaticana

 

CategoryMovilidad Humana
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