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Cáritas cree en la dignidad de la persona humana, que se respete y se restablezca la justicia, está comprometida a promover la igualdad de derechos y responsabilidades de hombres y mujeres. Es así que, desde cada espacio donde se encuentra Cáritas, la labor pastoral en las diversas jurisdicciones eclesiásticas del Ecuador, van encaminadas en sinodalidad junto a los más vulnerables.

La Arquidiócesis de Portoviejo, junto a la Cáritas Diocesana y las Cáritas Parroquiales en la provincia de Manabí, animan y promueven el testimonio de la caridad en la comunidad cristiana.

La Cáritas Parroquial, es el organismo pastoral que tiene la responsabilidad de animar, promover y coordinar el testimonio de la caridad en la comunidad cristiana. En ese sentido, el objetivo principal de Cáritas Manta, “es acompañar a las 20 Cáritas Parroquiales de la zona, desde su formación, fortalecimiento, crecimiento espiritual y la acción caritativa en cada comunidad parroquial”, indica Antonio García, técnico de Cáritas Manta, quien destaca que de la formación y coordinación nacen como pastorales dependientes de la caridad: “Como la pastoral de la salud, que realiza visitas y acompañamiento diario en los hospitales, a través de convenios con gerencia y dirección médica”.

A través de la Pastoral Penitenciaria, se realiza el acompañamiento a las personas privadas de la libertad, “en un 90%, también se acompaña a la población migrante desde el eje de movilidad humana”. La ciudad de Manta es la tercera ciudad del país donde existe un alto número de familias migrantes en situación de movilidad humana, menciona Antonio.

La labor que desarrolla la Pastoral Penitenciaria de la Arquidiócesis de Portoviejo, es a través de Cáritas Manta en el Centro de Rehabilitación Social de Mujeres en Portoviejo, la misma que tiene tres momentos de atención.

“El primero, es un acompañamiento psicosocial que se desarrolla mediante talleres semanales; el segundo momento, es la preparación y acompañamiento psicológico y un tercer momento da paso a lo trabajado anteriormente, que es facilitar la reinserción social en la ejecución de diferentes obras sociales al servicio de los más necesitados. Se incorporan al trabajo, un grupo de voluntarias de las parroquias donde realizan su labor, las personas privadas de la libertad, se sienten acogidas por las familias y superan el síndrome de depresión postcarcelario”.

Antonio García, técnico de Cáritas Manta, enfatiza que el trabajo con la población privada de la libertad es “muy apasionante, quienes acompañamos el mundo penitenciario, nunca preguntamos la causa de su pérdida de libertad, ni los años de condena. Sin embargo, los motivos son por tráfico de drogas y las edades fluctúan entre 18 y 70 años, la mayoría de la población son de las provincias de la costa, aunque hemos tenido desde sudafricanas hasta rusas”.

Desde hace dos con años el apoyo del gobierno provincial de Manabí, se puso en marcha en el centro de privación de libertad de mujeres de Portoviejo, un huerto orgánico y una panadería para que las personas internas participen de esta actividad.

Involucrarse en la preparación de los huertos orgánicos, fue de manera completa dice Antonio, quien menciona que el trabajo consistió en: “preparar la tierra, elaborar los semilleros, realizar el trasplante de plantas, controlar el riego de la siembra, así como combatir las plagas que contraían las plantas con bioles naturales, los mismos que fueron preparados por las mujeres. Los productos que se cosecharon sirvieron para mejorar la alimentación de todas las mujeres del centro. Fue una experiencia muy bonita, que duró ocho meses, pasaron diferentes grupos de mujeres que participaron de los huertos. También tuvimos un coro por dos años, se contó con el apoyo de una profesora de canto, con la que se preparaba diferentes presentaciones como: el día de la madre, navidad, día del preso, entre otros, además apoyaban las celebraciones de la eucaristía”.

Como es la vida de las mujeres, cuando salen en libertad, es la pregunta que Antonio, responde de una manera específica, “como cualquier mujer buscan un trabajo en función de sus capacidades, tenemos algunas que aprovechan para estudiar sus carreras, ahora mismo tenemos una en último semestre de leyes, otra estudiando economía, otra psicología, sus vidas son una bendición. Agregar que nos preocupamos de su estabilidad emocional y familiar, algunas nos piden que intervengamos y tengamos encuentros con sus hijas, esposo, hermanas… que no se sientan etiquetadas, ni marginadas; sino que se sientan queridas y aceptadas, trabajamos su autoestima en este proceso, si es necesario”.

Recuerdo a “Esperanza” que participó con nosotros en el coro que formamos, participó en los talleres y aprendió además manualidades, a coser y bordar. Aún seguimos en contacto; cuando salió libre viajó a su provincia y ahora es voluntaria de la Pastoral Penitenciaria donde vive y replica los talleres de costura, bordados y manualidades que ella aprendió para ayudar a otras mujeres privadas de libertad”.

Comedor comunitario en Manta

Otro de los ejes de trabajo que lleva adelante Cáritas Manta, es la atención del comedor comunitario, que brinda alimentos diariamente a 100 personas y funciona desde hace cinco años. Su propósito es atender a familias en situación de calle o movilidad humana, señala Antonio, quien enfatiza que lo más importante de esta acción: “no es dar el almuercito, lo maravilloso de esta tarea es la acogida, el seguimiento, la escucha, el acompañamiento, ese pedacito del amor de Dios que regalamos a estas familias y ellas nos regalan a nosotros. Algunas familias, que ya se fueron, nos siguen escribiendo y compartiendo sus vidas”, finaliza Antonio García.

Algunos testimonios de las personas privadas de libertad acompañadas por Cáritas

“Me siento muy agradecida con la apertura que Cáritas nos da a las personas que salimos en libertad, para reinsertarnos en la sociedad después de haber cumplido la sentencia. Me siento cómoda con la labor de peluquera y atención que brindo a los viejitos en la Fundación, donde hoy me ha brindado la oportunidad para llevar una buena reinserción social”. Testimonio de Glenda

“Tengo 70 años, conocí el trabajo de la Pastoral Penitenciaria en Manabí en el año 2007, cuando mi hija cayó en el centro femenino de Portoviejo, dejando a sus tres hijos de dos, tres y cinco años en abandono. La directora del centro le ofreció a mi hija la posibilidad de mandar a sus hijos a un centro de atención a niños en situación de riesgo y conocimos del servicio que, en Manabí, prestaba la Pastoral Penitenciaria. Los fines de semana llevaba a mis nietos a ver a su mamá y realizaban muchas actividades con ellos. Nunca pensé que la Iglesia hacia esas cosas, por mi profesión nunca he sido tan cercana a la Iglesia, ni ellos a mí. Cuando mi hija salió pudo recuperar a sus hijos sin dificultad, que era el miedo que teníamos como familia. Los niños siempre recuerdan con cariño su estancia allá”. Testimonio de Azucena

“Hace tres años perdí la libertad injustamente, pero por mi mala fama el juez me condenó. Allá me reencontré con alguna de esas personas que años atrás acogieron a mis nietos. Con ellas descubrí una Iglesia amiga, cercana, que no juzga. Participé y disfrutaba mucho en el coro, junto a otras compañeras, la profesora veía que hasta las que no cantábamos tan bien tuviéramos nuestro lugar. También participé de los talleres de psicología y comencé a ir a las eucaristías. Han sido unos años duros, pues nunca pensé que con mi edad pudiera entrar a una cárcel. Al recuperar mi libertad me ofrecieron un espacio donde realizar una prestación social que me pedían desde la cárcel. Nunca supieron de donde venia, guardaron mi privacidad y me trataron como una más. Sin embargo, puedo decir que desde la pastoral me he sentido querida, ellos nunca me despreciaron, ni me hicieron a un lado y se alegraban en cada espacio de encuentro. Yo los quiero también y siempre estaré agradecida de este tipo de Iglesia que no sermonea, sino que ama”. Testimonio de Azucena

“Da igual el área de atención social donde sirvamos siempre que lo hagamos con alegría, queriendo descubrir y abrazar en el hermano, en la persona encarcelada, empobrecida, marginada, sin hogar, adicta, discapacitada, enferma…, la presencia del amor de Dios. Es en ese encuentro, en esas sonrisas, en esos abrazos, en esas despedidas donde se van grabando nombres en nuestras almas, para que un día podamos responder como escribió Pedro Casaldáliga:

“Al final del camino me dirán: – ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”.

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