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En el mundo, más de 104 millones de mujeres viven la condición de migrantes. Un 23% de ellas han escogido a USA y Canadá como opción de una nueva vida. Muy poco se ha investigado sobre la diferencia entre el hombre y la mujer migrante; a partir del 2010, muchos gobiernos han comenzado a desagregar la participación femenina, diferenciándola de la de los varones. En el 2010, el 49% de la población migrante era femenina y la tendencia se mantiene.

Datos más precisos son difíciles de establecer, porque gran parte de esta migración es irregular; pero lo importante es que este contingente femenino migrante está siendo cada ves más visibilizado. Siendo Ecuador un país que recibe cada vez más mujeres que migran, es importante conocer más a fondo su realidad. La Pastoral de Movilidad Humana de Cáritas conoce de estas mujeres y quiere difundir su voz. Este es el testimonio de una de una luchadora que busca, fuera de su patria, mejores condiciones para vivir dignamente.

Omaira es caleña, tiene 51 años y acaba de aterrizar en Quito, habiendo hecho escala en Cali, procedente de Nueva York. Más de 14 años en la “Gran Manzana” y su deseo de radicarse en Ecuador arman una historia particular de movilidad humana. Ella es una mujer que ha logrado sortear las dificultades de la migración. Esta bióloga con cara de niña traviesa mira al futuro con alegría, esperanzada en encontrar en nuestro país una acogida cálida que le permita vivir con tranquilidad su madurez.

Cuéntanos de tu Cali de la infancia y juventud

Antes de cumplir mis ocho años, se dieron los Juegos Panamericanos en Cali y esto nos volvió una ciudad muy cívica, una ciudad agradable. De niña, mi mamá nos llevaba a mis hermanos y a mí al río Pance los domingos. Allí nos bañábamos y cocinábamos rico. Ahora es algo muy diferente: el río está casi muerto, y Cali es hoy una ciudad ruidosa hasta altas horas de la noche, y totalmente fenicia: todo el mundo te vende algo. La ciudad ha crecido y ya no es la misma ciudad alegre y galante de antes.

Hablemos de Omaira, mujer trabajadora

 Trabajé desde niña. Hice cartas de amor a mis compañeras y vecinos del barrio, sobre todo a muchachos tímidos. Me fue bien. Pero en serio, comencé a trabajar apenas salí del colegio y entré a la U; fui mesera de un restaurante juvenil muy bacano. Ya como bióloga, tuve trabajo apenas me gradué, haciendo un estudio del impacto ambiental en el río Calima, pues por allí iba a pasar un oleoducto con destino a la bahía de Málaga: el proyecto nunca pasó, era peligroso para el ambiente. Luego trabajé en algo muy chévere, el Proyecto Cóndor: reinsertamos cóndores de los Andes criados en el zoológico de San Diego, California, liberándolos en el nevado de Chiles, frontera con Ecuador. Los rastreamos hasta Ibarra, se quedaron a vivir aquí. Fue así, siguiendo a los cóndores, como conocí Ecuador, hace 20 años, pero no pasé de Ibarra.

¿Por qué migraste?

Yo salí en el 2000, porque se acabó el trabajo. Con el gobierno de Pastrana no había plata para investigación, peor aún para impacto ambiental; la economía estaba inflada por el narcotráfico y con la Ley Clinton el sistema económico se vino abajo. Metí papeles en varios consulados, y me salió en USA. Nosotros viajábamos a hacer el trabajo que los gringos despreciaban, pues estaban en “superávit” según ellos. Con 36 años, ¿qué más podía hacer? Llegué terminando el otoño. Me puse rusia en un mes, con un frío peor que el de Chiles, porque el sol sale pero no calienta. Comencé de mesera en un restaurante mexicano, “La choza del indio”, en pleno NYC. Luego hice telemercadeo con unos dominicanos. Comencé a estudiar inglés. El cariño por los perros me llevó a trabajar en un hotel canino, luego comencé a pasearlos. Me gustó tanto que me puse a estudiar peluquería canina. En el 2006 me independicé y monté mi propio negocio con los perritos.

¿Cómo era la cuestión del trabajo en USA?                      

 Yo llegué cuando Clinton estaba en la presidencia, la economía de USA era pujante y había trabajo por montón. Como bióloga, me ofrecieron trabajos que yo consideré antiéticos en laboratorios clínicos o de belleza, con experimentos en animales. Otra alternativa fue enseñar, pero no sirvo para eso, prefiero ser alumna. Hay que aprender pronto el inglés, o si no te pisotean. No tanto los norteamericanos, sino los mismos latinos o los europeos orientales te discriminan por no hablar inglés. Dominar el idioma te permite demostrar que eres una persona inteligente y que vales; por el contrario, si no hablas inglés, te tratan como a brutos y perezosos.

¿Qué es Nueva York para una latina?

En NY hay gente de todo el mundo, pero en muchas áreas predomina el poder chino porque trabajan como locos; son excelentes estudiantes universitarios, mientras que los latinos somos una minoría que poco sobresale. Muchos migrantes se quedan en guetos que reproducen su país de origen; es una especie de rechazo, y nunca se adaptan. Yo viví en un barrio de griegos y apenas hablé inglés me hice respetar. En cuanto a la gente latina, en casi todos los edificios de NYC hay latinos atendiendo, en la portería, en el aseo, en la vigilancia.

¿Sentiste hospitalidad? 

A mí no me discriminaban ni por mujer ni por colombiana, sino por latina. Mis clientes me trataron muy bien porque reconocieron en mí a una mujer trabajadora y honrada. Tuve momentos difíciles, pero no es la actitud general hacia el migrante; a ciudad acoge a gente de todas las culturas, y es escaso el neoyorkino puro. Además, yo tenía mi visa laboral en regla: la visa es la meta de todos y es caro conseguirla, excepto para los cubanos, que la tienen fácil y los mantiene el gobierno, por cuestión política. Después del 11 de septiembre y lo de las torres gemelas, todo se complicó, comenzaron las deportaciones, se endureció la frontera, florecieron los coyotes y en el 2008 el país entró en crisis económica. Pero sí, viéndolo bien, yo fui acogida y no me sentí extranjera

¿Mucha nostalgia?

Yo extrañaba mucho a mi familia y mis amistades, pero no al país. Me fui desilusionada de Colombia, por corrupto, por el gobierno derechista de Pastrana; peor aún cuando después siguió el de Uribe. Me sentí feliz de no tener que vivir bajo el mandato de un presidente así de corrupto e inepto. ¿Sabe qué? Cuando salí y me di cuenta de que se puede vivir mejor, me desarraigué de Colombia, en donde te atracan por quitarte un par de tenis –(zapatillas) si estás de buenas, porque si no, terminas en la morgue. En mi país no podés sacar un celular en la calle, tenés que ir pilas con la mochila o la cartera, te bajan –roban– hasta la botella de agua. En USA vi otra manera de vivir, con más libertad y más tranquilidad, con transporte que funciona, con ciclo-vías. Me fui triste de Colombia, pero si hubiese tenido empleo no hubiera salido. Al adaptarme, vi las cosas positivas que hay allá.

¿Por qué vienes a Ecuador?

Ya conocí algo del país con lo de los cóndores, hace más de 22 años, y noté que es un país distinto, tranquilo, sin guerrillas. A mí me interesa una vida tranquila. El Ecuador es muy lindo; yo ingresé por tierra, desde Tulcán, y conozco Mompiche y Mindo, y algo de Quito. La gente me ha tratado muy bien. Le digo sinceramente que los ecuatorianos me han recibido muy bien, y yo me siento contenta de estar aquí.

¿Cómo ves a Colombia ahora?

Yo puedo hablar mal de mi país porque es mío. No veo que haya en la sociedad civil algo que cambie la actual situación. La política funciona a partir de una maquinaria electoral, solo vota el 30% , pero el pueblo no participa del gobierno. En mi país todos somos corruptos: la policía es venal, un carro te atropella impunemente, no puedes estar tranquila en la calle. Yo me sentía más segura en NY que en Cali. Mi cuidad está sometida a la voluntad de unos pocos violentos: ponen música a todo volumen y, si les pides que baje el volumen, te lo suben más; llega la poli, reciben dos tragos, se va y no pasa nada. Una se siente maniatada e insegura. No creo en los diálogos de paz, la corrupción es honda; no ser corrupto es ser gil, y nos encanta la plata fácil, una herencia ética del narcotráfico. Cuando yo era niña, ya era famoso Tirofijo, y su guerrilla sigue vacunando. Prefiero mil veces vivir aquí.

 ¿Valoramos tu experiencia migrante?

Migrar, como la vida, es un constante aprendizaje. Yo supe adaptarme, me capacité, comprendí esa cultura. NY es el paraíso del consumo; sin embargo, yo ahorré y pocas veces me endeudé. Estar en esa ciudad inmensa confirmó más mi amor por la vida natural. Por otro lado, aprendes que se puede vivir mejor si trabajas y te adaptas, ves que otra vida es posible. No pierdes tu identidad; yo no soy proyanki, pero aprendí mucho, trabajé duro, me respetaron y creo que he cumplido mi ciclo allá. Ecuador está bien ahora, y hay mucha migración hacia acá: en Mompiche hay harta gente argentina y chilena, y acá en Quito mucho colombiano. En USA. una aprende a valorar la migración. Ahora hay políticas de integración en América del Sur, y creo que eso es lo único que nos puede salvar: negociar como región con los países desarrollados. Hay que respetar la selva y la vida. No hay que dejarse vencer por la discriminación; conocí gringos cultos que me dijeron haberse sentido discriminados en Suramérica porque ser gringo es sinónimo de ser imperialista. Vengo a Ecuador a adaptarme, a apoyar el cuidado de la vida y buscando paz, a seguir trabajando honestamente, a continuar viendo la vida con alegría y esperanza aquí, en este bello país, en esta nación de buena gente. Saliendo de Colombia, aprendí a hacer del país que me acoge, mi hogar.

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